Si no conoces el animé ni el manga, Alita te parecerá una película superficial.
Alita es una película que no se hace cargo de las problemáticas que ella misma expone de manera ligera, dejándolas como telón de fondo y que ceden rápidamente su lugar al espectáculo visual, hermoso cuando debería ser brutal, colorido cuando debería ser tétrico. Y digo “debería” porque la naturaleza de las acciones en la película es brutal y tétrica, pero la manera en que se muestran es casi contradictoria. Dicha contradicción lamentablemente no es parte del mensaje de la película.
Si por alguna razón, que no consigo imaginar, les gustó Ready Player One, seguro que la pasarán muy bien con esta versión de Alita, independiente de las expectativas que pueda tener cada cual al sentarse en la butaca del cine. Cosa de gustos, como siempre.

***A partir de aquí, alerta de SPOILERS.***
Ahora, si conoces el animé y/o el manga, Alita te parecerá… una película superficial.
¿Por qué? Porque no profundiza para nada en el tema de la conciencia de los humanos y los cyborgs, es decir, cómo se experimentan los personajes a sí mismos y al mundo que los rodea, cuál es la base de su identidad, cómo surge su personalidad, etc. La película no ahonda en absoluto sobre la naturaleza humana, si se conserva o no, en qué parte de estos cuerpos casi totalmente intervenidos podría estar localizada, ni en qué parte de esas mentes podría estar representada, fuera de emociones básicas como la ambición desatada, de fama, prestigio y estatus, por el cual los personajes están dispuestos a todo.

Entonces falta preguntarse qué es lo más importante dentro de esa humanidad que queda, aparte de una mención insípida y apresurada al amor, entre Alita y Hugo, que pierde toda la sutileza y complejidad del original japonés. Parece que da igual que se conozcan hace 2 días, o que ella sea un cyborg y él un humano, que ella sea un arma y no tenga memoria y él sólo viva para cumplir un sueño obsesivo. “Lo importante es el amor, el amor heterosexual”.
La película no profundiza tampoco en la desigualdad que muestra desde su inicio, más allá de señalar que hay una ciudad flotante y otra abajo, que vive de su basura. La película menciona pero no desarrolla lo que implican las mentiras de ciertos poderosos, que prometen que con esfuerzo, obediencia y trabajo duro, los marginales lograrán ascender, es decir, la estafa de un sistema regido por normas propias de la mafia, que se aprovecha de la precariedad y la inocencia de los humillados y ofendidos.

No profundiza en el dilema moral de un ser construido para matar, que al mismo tiempo desarrolla sentimientos complejos y que aspira a ser algo más que un número y un arma. La violencia está edulcorada moralmente, es limpia, sin culpa. No nos importa (porque la película ni siquiera se molesta en que nos importe) el desmembramiento de los cyborgs o la muerte de humanos con los que no hemos alcanzado a desarrollar un vínculo ni recordar sus nombres. La falta de sangre, como otra diferencia con el original, parece un intento por maquillar aún más la violencia, recordándonos por momentos a “The Running Man” de Schwarzenegger, donde los personajes casi parecen no estar vivos, camuflando así el dolor físico y emocional.

La película opta por hacer violencia para toda la familia, por ejemplo, la brutalidad del Motor Ball no genera más impacto que los golpes en caricaturas de Bugs Bunny, las cachetadas de los 3 Chiflados o un espectáculo de Monster Trucks. La película toma atajos hacia la empatía sin reflexión, quitándole a muchas escenas cualquier carga dramática. Por ejemplo, el asesinato de un perrito, bonito y tierno, inocente también, que despierta la furia de Alita. Pero no vemos lo salvaje del acto, la cámara apunta hacia otro lado para que la película no tenga restricción de edad. Claro que nos da pena que maten a un perrito, como nos daría pena el maltrato de cualquier criatura indefensa en cualquier circunstancia, dentro o fuera de una película, es decir, nos da pena porque no somos tan malas personas, pero no porque la película nos indujera a sentir algo. Usa el chantaje emocional para ahorrar metraje, porque hay que mostrar los millones invertidos en CGI, no hay tiempo para que los personajes nos importen realmente, hay que avanzar en la trama de los muchos volúmenes de manga que se deben resumir!!!!

Pero vuelvo sobre Hugo y la relación amorosa con Alita. No sé si porque fue estrenada el 14 de febrero o simplemente porque las productoras están obsesionadas con que el amor sea el tema central de cualquier historia. La relación entre ambos resulta forzada y apresurada, lo que juega en contra del final. Recordemos que, en el animé, Hugo es amigo de Alita, nunca nos queda completamente claro lo que siente por ella. Incluso en el final, luego del absurdo intento de subir por los túneles hacia la ciudad flotante, él, o lo que queda de él, se despide con un “Sayōnara”, cayendo y perdiéndose entre las nubes hacia la basura. Sufrimos con Alita por la relación que queda trunca, porque el objeto de su afecto desaparece de la existencia antes de concretar nada ni siquiera en palabras. Alita grita de impotencia, y el gesto final de Ido, de mandar los pocos restos de Hugo en un globo hacia las alturas, como un modesto funeral, no hace más que recalcar la obsesión enfermiza, el sueño de la felicidad, que le impidió ver que la felicidad estaba al alcance de su mano. Un cliché, pero muy bien logrado.
En la película en cambio (así como en el horrible doblaje al inglés del animé), Hugo se despide con un “Adiós, mi amor”, y si por casualidad alguien se puso triste con eso, no hay problema, volvemos rápidamente al Monster Ball, a los gritos y las luces y que Hugo se joda no más. Si quieres tristeza, piensa en el perrito!!!!

¿Por qué, Hollywood? ¿Por qué el amor siempre y en todo lugar? ¿por qué el amor metido a la fuerza, en sus formas más simplonas, aplasta cualquier otro tipo de emoción o reflexión? Está claro que es el sentimiento que más nos mueve, que es lo más importante para la gran mayoría de seres humanos, sin embargo, no es ni puede ser lo único que nos pase. Las obras narrativas, aunque sean de consumo masivo, no deberían ser monótonas, como las letras de Mon Laferte, Maná o Alejandro Sanz, en las que pareciera que, además de estar enamorados, no les ha ocurrido absolutamente nada más en la vida.
Es una lástima que contando con tal nivel de presupuesto, con el talento actoral de Jennifer Connelly, Christoph Waltz y Mahershala Ali y de un excelente material original, el producto final sea una película de acción más, con ruido y luces pero sin mucha sustancia… para eso ya teníamos el live action de Ghost in the Shell.