Historias de miedo en tiempos de la posverdad (CON SPOILERS)

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Es comprensible que las críticas sobre Historias de miedo para contar en la oscuridad se centren en los aspectos que destacan a primera vista, como la calidad de sus historias adaptadas, la manera en que ellas se entrelazan, el diseño de los monstruos o su apuesta por un terror más tradicional, lejos del efectismo reinante en un mundo de conjuros, monjas y lloronas, que se confabulan para hacerte perder la mitad de las cabritas con cada jump scare. Por lo mismo, no quisiera abordar dichos asuntos, relacionados sobre todo con el argumento, que la mayoría del público habrá olvidado en sus detalles por estar en modo payaso, tanto por It como por el Joker. Sabemos que la atención y la memoria son un bien escaso en un mundo de tendencias e influencers.

Lo que quisiera destacar de esta película es su dimensión política, una apuesta por parte del guion de Guillermo del Toro, Dan Hageman, John August y Kevin Hageman, que introduce en una película basada en una antología de relatos tradicionales de terror, de Alvin Schwartz, una reflexión de carácter sociohistórico, una crítica al presente de la producción, es decir, a nuestro mundo. Me explico:

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La historia está ambientada durante la administración de Nixon, una de las más infames de la historia estadounidense, cuya influencia también afectó a todo su patio trasero (como le decían o le dicen por allá a Latinoamérica). Se nos presenta una sociedad imbuida del discurso patriotero de la guerra contra Vietnam, que en principio no debía ser más que otra escaramuza entre las potencias durante su Guerra Fría. Ahora, es conocida la costumbre de hacer la guerra en nombre de los ideales más excelsos, por ello los reclutas no iban a matar vietnamitas simplemente, sino a luchar contra el comunismo, en nombre de la vida, la libertad y la democracia. Este discurso oficial fue respaldado, por supuesto, por los medios de comunicación, que potenciaban dicho relato al tiempo que difundían con igual énfasis noticias verdaderas, ambiguas y falsas, tanto sobre las causas del conflicto como sobre su desarrollo.

Se sabe desde hace mucho que si quieres mandar un niño a matar o morir por su país, es necesario romantizar la guerra. El cine antibélico nos lo ha mostrado en sus diferentes facetas, desde la denuncia cruda de la hipocresía en Apocalypse Now (1979) o Full Metal Jacket (1987), hasta obras más populares como Nacido el 4 de julio (1989)… y si lo tuyo es el metal, recordarás el video One de Metallica, que usa escenas de la película Johnny Got His Gun (1971), basada en el libro del mismo nombre.

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Comprendiendo el contexto, entendemos en algo la estúpida alegría del bully después de alistarse, como si lo que le esperara fuera un paseo escolar a una fábrica de cajas. Ese adolescente fanático, racista y xenófobo es el ciudadano ideal en dicho contexto: un delincuente orgulloso de su origen y su color de piel, dispuesto a maltratar a cualquiera que considere inferior o le asuste, y feliz de ir a pelear a una guerra que ni siquiera entiende, pero que añora gracias al vacío discurso del heroísmo. Por la misma razón, también entendemos el intento de Ramón por desertar, pues debe ir a pelear por un país que ni siquiera lo acepta, que lo maltrata y discrimina únicamente por su origen étnico. Ambos, niños aún, están lejos de comprender las razones ideológicas de dicho conflicto.

Por supuesto que esto no tiene nada que ver con nuestro presente, claro, desde luego, nada que ver con las crisis migratorias actuales, los tiroteos perpetrados por supremacistas blancos, los bombardeos a países del medio oriente o los discursos de odio desatado exigiendo ser tolerados como legítimos. Todos estos sucesos cuentan con un relato oficial, lavado y con suavizante, destinado a tranquilizar al ciudadano promedio, borrando de un plumazo los hechos para situarnos en el plano de las emociones, de la irracionalidad, donde el pensamiento crítico brilla por su ausencia.

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Pero quizás el elemento que mejor ilustre el concepto de posverdad es la manera en que la familia Bellows, propietaria de la fábrica de papel que contaminó las aguas con mercurio matando a unos niños por intoxicación, en lugar de reconocer el hecho y asumir la responsabilidad, decidieron en conjunto inventar una historia en la que Sarah, su “hermana especial”, era la culpable por la muerte de los niños. Esta noble familia se confabula para convencer a Sarah de que había cometido los crímenes, encerrándola en un manicomio, torturándola con electroshock y repitiendo la historia hasta convertirla en una verdad oficial, aprovechando el miedo previo que Sarah generaba. En otras palabras, las personas prefirieron creer aquello que resultaba más cómodo creer: que la persona extraña tenía la culpa, en lugar de su familia, respetables miembros de la comunidad… inventar un monstruo para esconder otro, posverdad de manual.

Por supuesto, esto no tiene nada que ver con, por ejemplo, la crisis de agua en Flint, Michigan, y la contaminación por plomo desde 2014, los intentos de la administración anterior y la actual por convencer a los ciudadanos de que no existió dicha contaminación o que fue exagerada por las redes sociales. Los 10 muertos y 70 intoxicados son un detalle, por supuesto, externalidades en una “zona de sacrificio”.

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Del Toro señaló en la Comic Con de San Diego: “Sentimos que era el momento correcto (para adaptar el libro de Schwartz) porque tiene muchos elementos temáticos, como la verdad y la narración, que son muy relevantes en este momento. Cómo vemos historias repetidas de una forma u otra, hasta que se vuelven realidad mientras más las repites, lo que puede ser relevante en las redes sociales”. Sus palabras reafirman una de las intenciones de la película, un aspecto dirigido a un público adulto, que debería ver más allá de monstruos o fantasmas.

Las historias hieren, las historias sanan, es la sentencia inicial de la película, frase que tiene una interpretación dentro de la trama (herir y sanar a Sarah), pero dichas palabras también son un recordatorio de que muchas de las historias que hieren son escritas con sangre de personas inocentes, y que la verdad, por dura y desagradable que sea, siempre logrará sanarnos como sociedad y también como individuos.

Pero como dije en un inicio, esto es parte de la sutileza de la película, y bien puedes considerarlo una sobre interpretación, porque sólo era una película de terror para niños, con algunos personajes poco verosímiles, que no asusta lo suficiente y todo eso que declara la mayor parte de críticas, a las que les vendría bien conseguir una espada del augurio.

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